Fue a partir de varios sucesos históricos y políticos que surgió la noción burguesa del decoro y la mesura. A pesar de que esta burguesía no hace más que revisitar la noción clásica de la hibris, término griego para expresar desmesura, se crea una influencia poderosa sobre la visión, hoy considerada “occidental”, de la división del tiempo, del uso del dinero y del mercado y de todo aquello que debe hacerse y evitarse en los ámbitos de lo público y lo privado. Es gracias a esta división o escisión de la vida de las personas que paulatinamente se crean normas dirigidas al control absoluto del tiempo del individuo. Se trata, en última instancia, de relegar toda conducta “pecaminosa” a los órdenes de la alcoba (el sexo, la intimidad física, la manifestación de las emociones, etc.). “Se suele pensar que las personas han poseído siempre unas emociones ‘interiores’, pero esto no es cierto; se trata de una construcción histórica. La idea de la vida interior, privada, es relativamente reciente” (Leites, 1990, pp. 7-8).
Ahora bien, después de determinarse los lugares que corresponden, según las reglas del decoro, a las diferentes esferas del individuo, se prioriza la presencia de la mujer en el ámbito privado y la del hombre en el espacio público. Esta estructura se asienta en el concepto y en las características que se dotarán a lo “civilizado”, sobre todo en las sociedades burguesas que emergen a lo largo de cuatro siglos. La mujer evidentemente se coloca del lado de la esfera de lo íntimo, sobre todo por su capacidad reproductora y por su tradicional rol de cuidadora de la familia; a lo ancho del mundo occidental se perpetúa el rol de la mujer en esta esfera íntima y doméstica, al punto de influir en pequeñas repúblicas como Bolivia, que a inicios del siglo XX obedece aún a los órdenes impuestos por la burguesía cuatrocientos años antes.
Dentro del contexto de una sociedad pequeña y conservadora surge la figura de Adela Zamudio (1854-1928), escritora y profesora boliviana, profunda crítica de las ventajas de los hombres de su época sobre las mujeres. Surge también más de medio siglo después la figura de Domitila Barrios (1937-2012), ya no en el contexto de una sociedad burguesa conservadora, sino dentro de un centro minero después de la revolución de 1952, en una sociedad profundamente pobre e injusta, tanto con hombres como con mujeres. Ambas figuras expusieron y politizaron el ámbito de lo privado, de lo íntimo, en la esfera de lo público con distintos fines, pero con el objetivo último de lograr un cambio en las sociedades de sus épocas.
En primer lugar, para referirse a Adela Zamudio, se debe diferenciar dos aspectos fundamentales: su vida y su obra. En la primera, resalta su constante crítica a la sociedad burguesa de la época desde diferentes perspectivas, destacando sus ideas sobre la religión y la presencia de la iglesia, así como su noción de los derechos de las mujeres y el derecho a voto. En este aspecto, Adela Zamudio establece un discurso reaccionario que, según Virginia Ayllón, “extremó los planteamientos del liberalismo, a partir de la crítica sostenida en esos [educación, religión, derechos de la mujer] y otros temas” (2018, p. 10).
En el segundo aspecto, el de su obra, Zamudio destaca como poeta y narradora, aunque es quizá su obra narrativa Íntimas, su única novela, la que mejor evidencia las consecuencias, en este caso negativas, que tiene la transgresión del ámbito de lo privado en lo público. En efecto, al retratar “desde adentro” a una particular porción de la sociedad, Adela Zamudio hace visible los hilos que se entretejen dentro de las casas, de las familias cochabambinas de principios de siglo XX. Esos hilos Zamudio los convierte en armas para criticar su contexto, sobre todo en lo que concierne a la forma en que se mira a la mujer y a los dobles estándares de la sociedad hipócrita, que condena a partir de chismes y hunde a personas transparentes en la ignominia de la difamación.
La reacción de sus contemporáneos fueron diversas, pero la mayoría de ellos cuestiona la temática y la forma discursiva de la obra: las cartas, máximo objeto representante de una intimidad. Los críticos le reclaman haber incursionado en un género “masculino”, la novela, siendo ella poeta, género “femenino” por excelencia porque tiende a expresar intimidades y sentimientos de manera subjetiva y lírica. Ante ello, Zamudio responde con genialidad y mucha ironía: “Dudo que la concluya Ud. ni ningún hombre sin dormirse. Es un cuentecito para mujeres, inspirado en confidencias de almas femeninas, tímidas y delicadas” (Zamudio en García, 1998, p. 102). Es decir, ella combate el discurso masculino de la crítica a través de la puesta en evidencia de la intimidad como discurso predominantemente femenino y reivindica su estilo como aquel destinado a mostrar lo verdaderamente femenino. Se traslada pues lo íntimo y privado a lo público y se politiza la intimidad para, en este caso, criticar la sociedad.
En segundo lugar, Domitila Barrios se aleja de esa porción “urbana” de la sociedad y se instala en un campamento minero para dar testimonio de su sufrimiento a un tercero, en este caso otra mujer, Moema Viezzer, y de esa manera lograr un cambio en la sociedad. En este caso, Barrios no pretende criticar la doble moral de la sociedad, sino la miseria en la que se encuentran los trabajadores mineros, pobres, de origen indígena, confinados en los alrededores de montañas que escupen metal, metal que sostiene a toda la república. Será gracias a su relato detallado de todo aquello que deben sufrir las personas que viven en esos centros que Domitila logrará cambiar o transformar su sociedad. Como dice Javier Sanjinés en su libro Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia (1992): “Partiendo entonces de la más estricta cotidianidad, el testimonio de Domitila hace de la solidaridad familiar el soporte de la lucha popular” (p. 157). Es así que gracias al sufrimiento del cuerpo (véase este como individuo, pero también como masa) se politiza el ámbito de lo íntimo y privado para convertir ese sufrimiento en lucha social colectiva, sobre todo a través del arma de la huelga de hambre.
Este recurso de lucha de cierta manera inmola el cuerpo del huelguista, se sacrifica, como la imagen recurrente de la madre sacrificada, de la virgen María que sufre el sacrificio del hijo, se ofrece a la sociedad que le rodea para reivindicar derechos igualitarios para los pobres. Vale la pena mencionar, además, que estas huelgas de hambre surgen en el contexto histórico de los gobiernos autoritarios militares de la segunda mitad del siglo XX, por lo que se constituyen en un doble instrumento de lucha: contra la injusticia social que orilla a los pobres y se esfuerza por hacerlos más pobres y contra la injusticia del estado, que obliga a los mineros a sacrificarse constantemente a través del arma de la represión violenta. Por eso, de nuevo, se hace evidente que es gracias al discurso íntimo del sufrimiento que se logra politizar la intimidad y lograr un cambio tangible en la sociedad, como es derrocar a un gobierno autoritario.
Se hace entonces evidente que la emergencia de estos dos discursos femeninos tiene en común un estilo que permite politizar lo íntimo. Ya sea desde cartas que dan cuenta, de manera casi testimonial, de la sociedad cochabambina de principios de siglo XX o desde un testimonio oral de vida sufrida y sacrificada, dos mujeres pretenden cuestionar el orden reinante en sus contextos y provocar un cambio radical. Adela Zamudio trabajó en estas preocupaciones en su vida y, especialmente, en su obra, enfrentándose a críticas y detracciones mordaces, que también pretendían herirla en su intimidad, por ejemplo al llamarla “solterona” o “marimacho”. Domitila Barrios, en cambio, critica desde su autobiografía, desde su propio sufrimiento, que vuelca en una entrevista de manera oral; ella busca transformar la vida del minero, su propia vida, y se enfrenta a un estado violento, frente al cual ofrece el pecho donde puedan impactar las balas.
Bibliografía
Ayllón, V. (2018). El pensamiento de Adela Zamudio. La Paz: CIDES.
García Pabón, L. (1998). La patria íntima. La Paz. Plural.
Leites, E. (1986). La invención de la mujer casta. Madrid: Siglo XXI.
Sanjinés, J. (1992). Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia. La Paz: ILDIS.
Zamudio, A. (1999). Íntimas. La Paz: Plural.
Viezzer, M. (1977). ‘Si me permiten hablar…’ Testimonio de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia. México: Siglo XXI.
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