“La mujer en la literatura nacional” es un acápite que aparece en la revista Feminiflor No. 22 (mayo de 1923) y No. 23 (julio de 1923), escrito por Betshabé Salmón Fariñas. Para comprender plenamente el significado de esta sección, es necesario indagar en el hacer que Betshabé propone al presentar un perfil biográfico de escritoras bolivianas: pretende recordar su relevancia para las letras, pero, sobre todo, para la historia del país, que está a punto de cumplir su primer centenario. ¿No es esta una ocasión ideal para replantear las figuras que deben ingresar en la memoria colectiva que denominamos historia? ¿Y si esa historia —habrá pensado Betshabé— incluyera a mujeres que han aportado a la patria, ya sea con sus hazañas o su producción en las letras y en las artes? Sin duda salen a relucir dos escritoras del siglo XIX cuyas obras han sido significativas, pero que no han sido lo suficientemente estudiadas: Lindaura Anzoátegui y María Josefa Mujía. Betshabé Salmón destaca las vidas de estas escritoras con el afán de demostrar la tenacidad y perseverancia que debieron haber tenido para crear sus obras y sortear todas las dificultades y obstáculos que les dieron su sexo y su talento.
Como ya anotamos en nuestro artículo "'Feminiflor, la lengua de las mujeres a veinte centavos': Tres crónicas de Laura de La Rosa Torres" [ver enlace aquí], la visión de la mujer que promueven desde la revista es la del éxito profesional e intelectual de una periodista o una escritora añadida a la imagen de abnegación y sacrificio de una esposa y madre. La mujer que escribe, crónicas, poemas, novelas, un diario, columnas, lo hace después de haber cumplido con las obligaciones y deberes del hogar, en horarios y lugares poco convenientes para la salud. Cinco años después, Virginia Woolf escribiría en Una habitación propia sobre la necesidad de que una escritora cuente con una habitación para escribir –y dinero para procurársela. Al igual que Laura de la Rosa Torres en "Cosas de oficio", Betshabé Salmón vislumbra la sobrecarga física y emocional de la doble jornada como la conciliación ideal entre la familia y la escritura, acaso un sacrificio necesario para salir a la esfera pública.
Ahora bien, según los fundamentos de la crítica literaria feminista latinoamericana, existen tres etapas en un camino crítico: la primera es la revisión de historias de la literatura, donde se busca la presencia de mujeres y la manera en que se las presenta o pondera frente al resto; la segunda etapa es el descubrimiento de obras que no hayan sido tomadas en cuenta, las “labores de rescate de ‘madres’ y ‘abuelas’ literarias”, como denomina la crítica Ana Rosa Domenella. La tercera etapa, la más compleja, es cuestionar las mismas categorías con las que se estudian las obras, conceptos como narrador, género literario, entre otros. Podríamos decir que Betshabé se inscribe en la labor de la crítica literaria feminista al hacer un ejercicio incipiente de rescate, construyendo un perfil biográfico de su “abuela literaria” Lindaura Anzoátegui, basado en la revisión y parodia de Bolivianas ilustres de José Macedonio Urquidi, principal fuente de información de la joven periodista. Este ejercicio en Feminiflor– esto es, en un espacio periodístico– tiene un alcance social de visibilización de mujeres destacadas en las letras bolivianas, pues está dirigido a un lector “universal” de la época que tiene poco o ningún conocimiento sobre la escritura producida por ellas.
Utama rescata el perfil diseñado por Betshabé Salmón de Lindaura Anzoátegui, poeta, narradora, filántropa y primera dama de Bolivia, nacida en 1848, y continuando con el ejercicio crítico feminista, añadimos notas a este perfil que, por un lado, muestran qué dicen sobre Lindaura las voces críticas del siglo XX y, por el otro, enfatizan aspectos biográficos. Asimismo, presentamos fragmentos de su obra en prosa La madre y un poema dedicado a la Virgen, “Plegaria”, para que su esposo vuelva a salvo de la Guerra del Pacífico.
["Feminiflor, la lengua de las mujeres a veinte centavos": Tres crónicas de Laura de La Rosa Torres: https://www.comunidadutama.com/post/feminiflor-la-lengua-de-las-mujeres-a-veinte-centavos-tres-crónicas-de-laura-de-la-rosa]
La mujer en la literatura nacional:
Lindaura Anzoátegui de Campero
Betshabé Salmón Fariñas
En la ciudad blanca del Tojo, allí donde florecen exuberantes los mirtos y azahares, donde la naturaleza formó un nido de amor para almas soñadoras, en un castillo señorial nació Lindaura Anzoátegui, el 19 de febrero de 1848.
Fue su padre don Manuel Anzoátegui, perteneciente a una ilustre familia vascongada que hizo su residencia en la ciudad de la plata, y su madre la señora Calixta Campero, perteneciente a la elevadísima cuna del último Marqués del Tojo. [1]
Los espíritus grandes casi siempre se manifiestan temprano, por esto doña Lindaura Campero desde su infancia demostró su talento que más tarde debería convertirse en lumbrera del pensamiento. Cuando adolescente, el estudio se hizo una pasión en ella, dedicándose con ahínco al cultivo de las letras, sin desconocer el de las ciencias, penetrando así en el campo tan vedado por entonces a la mujer. Educó su espíritu, primero en los sabios consejos que le dieran sus padres, y luego con la delicadeza que la distinguía; supo elegir a Larra, Cervantes, Chateaubriand y otros, sus mejores amigos que distrayéndola la instruían. [2] No era fanática, pero sí piadosa y no fueron pocas las horas que dedicó a la lectura de libros santos y de la vida de los religiosos ermitaños. En medio de las comodidades de que estaba rodeada, nunca olvidó a los tristes y su mano caritativa siempre estuvo tendida al menesteroso, llegando hasta las viviendas más humildes como el ángel consolador. La suerte casi siempre adversa con almas bondadosas hirió la adolescencia de la ilustre joven con la muerte de su hermano, a la que fatalmente siguió la de su padre. Con tan tristes acontecimientos, y por razones de herencia, la familia Anzoátegui se trasladó a Sucre donde fijó su residencia y donde también falleció la señora Campero, dejando en la orfandad más lamentable a Lindaura. Fue necesario entonces rehacer toda la fortaleza de su espíritu superior, toda la energía de su carácter, para resistir tan terribles pruebas.
Huérfana Lindaura, se acogió en el hogar de su hermana Adelaida, esposa del Dr. Zilveti, quien quedó constituido en tutor de ella y de sus hermanos menores. El Dr. Zilveti, hombre inteligente y amador de las bellas letras, daba campo a las tendencias literarias de su joven cuñada en lecturas y conversaciones ilustradas que eran bien aprovechadas por Lindaura. Mas la muerte no tardó mucho en llegar también al hogar de los esposos Zilveti y la vida de nuestra poetisa sufrió una nueva desventura con la pérdida de su hermana Adelaida. Desde este acontecimiento, Lindaura se retiró al campo y es entonces que lirismos de nuestra escritora comenzaron a florecer en bellísimas composiciones que estaban saturadas con la tristeza de su alma tan probada. Escribió mucho sobre la esclavitud del indígena, mereciéndole esta raza toda su compasión y cariño, protestó energéticamente por la injusta opresión que sufría.
Don Macedonio Urquidi en su libro Bolivianas ilustres hace referencia a una interesante composición de Lindaura Campero, “Manuel”, [3] cuyo original ha desaparecido y se asegura que fue uno de los trabajos más aplaudidos por los hombres talentosos que al frecuentar la amistad del Dr. Zilveti conocieron.
Por entonces nuestra madre patria sufría la despótica opresión de Melgarejo y Lindaura Anzoátegui lamentaba la situación de su patria en sentidas poesías, cuyo delicado estilo y perfecta armonía daban la promesa de una verdadera poetisa.
El General Campero, precedido de las glorias que obtuviera en Iruya y Montenegro cuando la revolución de Potosí en noviembre de 1859, como una rebelión contra el dictador Linares, precedido como estaba por el renombre de Campero, victorioso en los sucesos de Alpacani, el año 1870, en que dio término a la tiranía de Melgarejo llegó para cambiar la suerte de nuestra poetisa. Hombre de gran talento, héroe vencedor, fue digno de una mujer como doña Lindaura Anzoátegui y tan solo él pudo llevarla orgulloso al altar el 8 de octubre de 1871.
Los nuevos esposos partieron a Europa, habiendo recorrido Italia, Inglaterra y Austria, donde la mujer inteligente rodeada de eminencias extranjeras, que dieron honor a los esposos Campero, supo hallar en el trato de ellos y cada cosa que veía fuentes ilustrativas que le proporcionaron vastos conocimientos. Aseguran que su libro de apuntes íntimos era todo un acopio de bellezas literarias, donde se descubría en la autora un espíritu raro de observación.
Después de algunos años de permanencia en el viejo mundo, decidieron la vuelta a su solar, habiendo sufrido en el trayecto dos naufragios de los que se salvaron milagrosamente y en los que también demostró la Anzoátegui una entereza de carácter admirable.
El cielo alegró el hogar de ellos con cuatro hijos, nacidos los dos primeros en Europa y los dos últimos en Bolivia.
Conocida y relatada por demás ha sido la política del Gral. Campero, cuyos actos estaban guiados tan solo por el amor a la Patria, sin embargo sabemos también que sufrió grandes decepciones y ultrajes de sus enemigos, por lo que se vio en la necesidad de alejarse de la capital, buscando en una propiedad campestre la tranquilidad que la política le robó; y fue San Salvador el retiro solitario donde la digna familia formó su nido de paz, donde la Anzoátegui desplegó toda su bondad para hacer olvidar a su esposo las amarguras que le diera su vida de patriota. Otra cosa que le mereció su atención fue mejorar la situación de sus colonos, quienes siempre le merecieron su amparo y compasión. La soledad del campo y tranquilidad de espíritu contribuyeron en nuestra poetisa para que escribiera pequeñas historias en las que con un estilo sencillo y clara dicción relata escenas llenas de interés como en La madre, [4] Una mujer nerviosa y otros, [5] en los que hay arte, inspiración y vida.
Un acontecimiento de trascendental importancia vino a turbar la tranquilidad de los moradores de San Salvador: la famosa Guerra del Pacífico, en la que el Gral. Campero una vez más ofreció sus servicios a la patria, y destituido Daza, tomó él el primer puesto en Bolivia, habiendo sido héroe nuevamente en la inolvidable batalla del Campo de la Alianza, donde jefes y reclutas, alentados por la voz de su general, lucharon en una lucha desigual, sangrienta, pero digna. [6]
Entre tanto, la señora Campero, en la vida alejada que hacía en San Salvador, procuraba siempre conservar la entereza de su carácter y se dedicaba a producir versos heroicos: “Bolivia”, “Plegaria”, [7] y algunos más en los que se demostraba valiente y patriota.
Como consecuencia de la derrota del 26 de mayo, vinieron las exigencias del vencedor y la patria pasaba el momento más negro de su historia. La señora Campero residente por entonces en La Paz dio el más bello rasgo de bondad, socorriendo a la humanidad doliente cuanto le fue posible; su nombre era repetido en todas partes, entre bendiciones y alabanzas, porque ella estaba para aliviar el hambre a los huérfanos, ella en los hospitales curando a los heridos, ella consolando a los tristes.
En 1884, el Gral. Campero transmitió el mando, dejando en todas las administraciones la huella de su honradez, de su patriotismo y lealtad y volvió con su familia a la vida privada en su refugio de San Salvador de donde lo volvieron a sacar para darle el cargo de senador nacional que se vio obligado a aceptar por las exigencias de don Gregorio Pacheco.
Pero el Gral. Campero ya estaba cansado por tanta contienda, por tanta decepción y atormentado por la pérdida de sus recursos contrajo una enfermedad fatal que lo llevó a la tumba el 11 de agosto de 1896 y la señora Campero tuvo que soportar este nuevo desastre y hacerse cargo de su numerosa familia, desplegando todo el acierto que debía.
Viuda ya la señora Anzoátegui de Campero, escribió el Huallparrimachi, [8] Manuel y Asencio Padilla y En el año 1815, que son trabajos que, a manera de novelas, relatan escenas vívidas. [9]
Años después falleció la poetisa en medio de la consternación general, en medio de innumerables pobres que en su muerte veían la miseria. Murió dejando el recuerdo de sus bondades y la estela de su talento.
Su último trabajo sobre Padilla fue presentado por su familia a un concurso literario, bajo el seudónimo de Tres estrellas; después de un aplauso caluroso del jurado, le otorgaron el primer premio y con él la gloria que hoy circunda su nombre.
Es innegable que la mayor parte de los trabajos de la señora Lindaura Anzoátegui de Campero estaban saturados de un gran desconsuelo, pero hay que tener en cuenta también que nadie fue tan probada como ella, que tuvo que sobrellevar orfandad, guerras y mil otras desventuras que le dio el destino y que más bien supo tener fortaleza y carácter en las adversidades, contribuyendo a ello su fe de cristiana, su piedad santífica que le hacían exclamar:
¡Venid, venid!, los que sentís el alma
desnuda la ilusión;
Los que marcháis sin fe, los que sin calma
tenéis el corazón.
Hay luz aquí, hay flores, hay ensueños;
y escucharéis su voz;
cayendo, de la dicha siendo dueños,
de hinojos ante Dios.
Escribió más en prosa que en verso y con un éxito también superior, dejando en cada pensamiento belleza, precisión, fluidez de lenguaje, revistiendo lo relatado de una naturalidad encantadora.
Ligera y pálidamente descrita, fue esta la vida de doña Lindaura Anzoátegui de Campero y las cualidades excepcionales que la distinguían, demostrando que la mujer sin apartarse de sus deberes, del sitio que le corresponde en el hogar, puede dedicarse a otras tareas que hagan de ella no una doctora, sino una mujer instruida, capaz de arrostrar los obstáculos más grandes, capaz de ofrecer la vida misma.
Por esto, el nombre de nuestra poetisa, debe estar inscrito en el cielo de nuestros ideales con caracteres indelebles porque fue el orgullo femenino.
Oruro, 4 de julio de 1923
Fuente: Feminiflor Año III, Oruro, julio de 1923, No. 23.
[Transcrito y editado por Utama. Comunidad de lectores]
Utama. Comunidad de lectores realiza una investigación de rescate y visibilización de la primera agrupación de mujeres periodistas en Bolivia, Centro Artístico e Intelectual de Señoritas de Oruro, a través de su revista Feminiflor (1921-1923), celebrando el centenario de sus publicaciones. Esta investigación cuenta con la subvención del Fondo de Mujeres Bolivia Apthapi Jopueti. |
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