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Foto del escritorMontserrat Fernández Murillo

Spoiler Alert! Una lectura sobre Sombras de Hiroshima de Mauricio Murillo


Sombras de Hiroshima construye un narrador protagonista, que cede alguna vez y celosamente espacio para que otra voz se escuche. Es él una voz que se piensa superior al resto, en tanto invalida el pensamiento de los pocos con los que trata, lo descarta o le parece indiferente. Dicha indiferencia también se transmite a través de la construcción sintáctica, pues leemos unidades de sentido sencillas y fluidas, donde las descripciones se complacen en esbozar o delinear, los movimientos en ser directos y las reflexiones en entradas o hitos de pensamiento; nunca la narración se extiende o se queda sobre algo, al contrario pasa ya sea por temas triviales o complejos con la misma intensidad en tanto construcción sintáctica y léxico.


El anónimo narrador además es el escritor de una serie, Ballenas, que se encuentra en proceso de producción y se transmite en un canal local de televisión. Antes trabajaba de portero nocturno y guardia de seguridad, y antes aún vivía en las afueras de la ciudad con su abuelo, en una casona cercada por un bosque y un pantano a la que el abuelo, no se sabe por qué, bautizó como Yubarta. Yubarta es el único espacio nombrado en la novela, a todos los demás espacios les antecede un artículo indeterminado que difumina cualquier intento de asentamiento, cualquier intento de arraigo: el narrador protagonista transita por un pueblo, una ciudad, un edificio, un canal de televisión, un bar y nos hace sentir que podría ser cualquier pueblo, ciudad, etc.; no importa dónde se halle el narrador, parece flotar sobre una hondura, tal cual lo hizo algún creador otrora. Tal es el desarraigo que se diría más bien que el narrador protagonista proyecta una hondura. Sombras de Hiroshima es pues la narración de una sombra rara, no de una proyección del cuerpo que ora se amplifica ora se reduce cuando intercepta los rayos del sol, sino de una sombra que carece de raíces, de nombres, de invocaciones; una sombra sin sujeto como aquellas que se proyectaron en Hiroshima al momento de estallar la bomba atómica.


Yubarta, el umbral de las sombras raras


El anónimo narrador protagonista de la novela de Murillo nunca conoció a sus padres, nunca vio una fotografía de ellos y nunca supo nada sobre ellos. Fue criado en Yubarta por su abuelo, del cual tampoco se revela el nombre, con el que tenía una relación de convivencia, de compañía, no una relación de cuidado o atención. El abuelo no ocultaba ante su nieto sus intereses y en más de una ocasión enfrentó al nieto con la violencia y la muerte: habitó con él un espacio desgastado y en deterioro sin ninguna intención de arreglarlo porque simplemente su cuerpo gastado no tenía interés o fuerza; sobre Yubarta el narrador dice:


"Mi hogar estuvo marcado por el deterioro. Las paredes de nuestra casa eran blancas, pero entre el polvo y enredaderas oscuras y secas, yo recuerdo su color como de una tonalidad que solo se logra con el paso del tiempo. Estaban manchadas, con marcas de humedad, percudidas. Como un cliché, el jardín tenía el pasto crecido hasta mis rodillas. A un costado de la construcción había una piscina vacía con una capa de agua estancada en el fondo con sapos que nadaban entre sapos muertos".


Además el abuelo compartió con su nieto, el narrador, el pasatiempo de coleccionar fotografías de cuerpos deformados por la bomba atómica y de las sombras de los cuerpos que dejó la explosión, de hecho con la descripción de una de esas fotografías, de una imagen violenta, se abre la novela:


"La primera vez me quedé mirando la imagen de un perro, un cocker spaniel beige que dirigía sus ojos vidriosos y buenos directamente a la cámara. Supe que en el momento en que le tomaron la fotografía estaba muerto. Del cuello para abajo su cuerpo se derretía o se ramificaba en una estaca hecha de tejidos enredados, carne apretada y patas atrofiadas. La cabeza se formaba completa, intacta y sin imperfecciones. Al bajar la vista encontré en el cuerpo del perro lo que nos espera en este territorio ambiguo al que llamamos vida, una maraña asquerosa de huesos, piel y deformidades".


Para finalizar, el abuelo le dio al narrador una abuelastra que por un accidente quedaría tetrapléjica y para rematar el abuelo murió de cáncer. Eso fue Yubarta, un ser viejo que era una sombra rara, en tanto estaba al lado del protagonista reflexionando o enseñándole que la muerte está vigente todo el tiempo; más aún es el tiempo mismo que descompone, hace desaparecer, esfumar cuerpos, espacios: "Mi abuelo también guardaba volúmenes grandes que contenían tratados que sostenían la posibilidad de una guerra nuclear y profetizaban lo que esta le haría a la humanidad. No sé por qué los leía, pero los disfrutaba y pasaba tardes revisando lo que otras personas habían escrito años atrás. A veces me obligaba a imaginar cómo sería que veinte millones de personas desaparecieran de la faz de la Tierra en cuestión de segundos. O cuarenta millones. Cómo el planeta quedaría semivacío y en ruinas. Le gustaba hablar de la caída de edificios enormes y de tormentas de fuego".


Yubarta es el lugar de las sombras, pero sobre todo es el nacimiento de una forma de mirar y mirarse; en Yubarta se gesta la mirada distante del protagonista, esa que al llegar a la ciudad lo convierte en un adicto televidente y como consecuencia en un escritor de series. Un recuerdo, el de un chimpancé, me parece el más significativo para entender esta mirada distante: un anochecer trajeron a Yubarta un bulto, que al verlo el narrador creyó un cadáver, pero cuando el abuelo le mostró qué era, el narrador vio un mono de circo muerto echado en la cama; el abuelo lo alentó a tocarlo pero sobre todo a observarlo detalladamente durante largo tiempo. Después el mono fue disecado y puesto en el estudio; fue una presencia triste que habitó con ellos en la casona. Este recuerdo se presenta como un acontecimiento ante todo visual, una escena que visibiliza la muerte y el dominio de unos seres sobre otros, que nos hace reflexionar, rebullir por un instante, pero todo se evapora y seca y pasa si el observador mantiene la distancia, aunque se halle próximo a lo que se observa. ¿Cómo el narrador de la novela de Murillo se mantiene distanciado? Contemplando la muerte como la única certeza de cada ser; por eso cuando su muere su abuelo, el narrador deja Yubarta y dice:


"–Cuando se acabe todo, o sea, la vida de una persona, o sea, la mía, que es la única vida, se van a parar todos los relojes a la misma hora. La edad del mundo, de lo que existe, es la edad de uno mismo y es en ese momento en que llega el fin".


De esta manera, el narrador se declara distante de lo que observa, en tanto cada ser es un mundo hermético con tiempo propio, que inevitablemente se apaga o se acaba, solo sabiendo y recordando eso el narrador se puede apartar de todos sin complicación alguna.



La abulia o el nacimiento de un escritor


Después de la muerte del abuelo, el protagonista vive en un departamento en la ciudad con Perro, que desatiende por temporadas y con el que ve televisión. Tiene dos amigos, Elena y David, con los que se reúne ante todo para emborracharse y a los que a veces no soporta. En el trabajo se piensa indispensable, no asiste a reuniones ni grabaciones y falta con frecuencia para curarse el chaqui. Además repite como mantra: la especie humana es asquerosa. Estamos ante un caso de abulia, donde nada estimula ni despierta ningún ímpetu: “Lo más difícil es despertarse. Saber que no hay nada por lo que uno quiera salir de la cama. Ahí está todo ese peso inmaterial que a veces es impuesto nomás”. Asistimos entonces al nacimiento de una hondura insondable estancada o una sombra rara. Estancado o ensombrecido, el protagonista escribe los primeros capítulos de una serie donde se investiga un asesinato. Simultáneamente al proceso de escritura, vive/imagina (no importa) un reencuentro con su pasado. Un tipo, Maidana, que decía vivir en el pueblo donde se encuentra Yubarta, comienza a trabajar en el canal donde se produce su serie y le recuerda a Alicia Villanueva, la trae como un caso de asesinato del pueblo sin resolver. Ella y Maidana serán el gran enigma de la novela y al mismo tiempo serán el motor del sutil movimiento del protagonista sombra. Gracias a ellos, el protagonista volverá a Yubarta, recuperará el álbum de fotografías del abuelo y gracias a las fotografías rescatadas habrá un acto de anarquía protagonizado por sus únicos interlocutores, Elena y David, así a través de ellos se genera un movimiento más brusco, un sacudón.


Al volver a Yubarta además se gesta un último recuerdo, el único que encierra una emoción pura del protagonista; el recuerdo de una afectuosa invitación de su abuelo a comer una sopa de maní. Esta invitación también es mutilada por el tiempo, que cambia los gustos de los comensales de un restaurant y anula la sopa de maní del menú, y aunque hay una frustración que deja al abuelo en silencio prolongado, se le escucha un cariñoso gracias, que da lugar a la única imagen visual de aproximación o de acercamiento entre alguien y el protagonista:


"Lo vi encorvado y con los ojos entrecerrados, concentrado con esfuerzo en el camino, las manos aferradas al volante, con temor o con duda. Me quedé callado y apoyé mi mano sobre su mano, la que estaba encima de la palanca de cambios, como manejábamos cuando era niño".


Es este el último recuerdo de Yubarta y quizás el único momento en que las sombras tienen cuerpos.

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